Es asombrosa la capacidad adaptativa del ser humano. Observando la historia y el presente encontraremos abundantes ejemplos de como nuestra especie ha asumido cualquier abuso o dogma absurdo como normal y legítimo siempre que la conformidad social haya tenido la suficiente fuerza para ahogar el pensamiento crítico. La esclavitud, el matrimonio concertado, cualquier cantinela religiosa, política o económica han sido y son aceptados porque, como mostró Goebbels, casi cualquier forma de actuar o pensar puede ser acatado por la mayoría si es suficientemente reproducido. Ayer esta reproducción venía dada, en buena medida, por la tradición: las costumbres o ideas eran aceptadas por su propia vigencia secular; hoy, sin embargo, en las sociedades de masas tal reproducción es realizada por los medios de control de la opinión.
Una de las herramientas fundamentales que usan los medios de propaganda para dirigir y crear opinión es el propio concepto de “noticia” del que hacen uso. Actualmente, la mayor parte de información que consume la masa está formada por una gran pluralidad de noticias que, en apariencia, carecen de ilación entre ellas o de causas anteriores que las motivasen. Los medios imponen un paradigma cuantitativo de la información: creemos saber muchas cosas pero no porqué ocurren y, mucho menos, cómo afectan esas noticias a lo que nos ocurre a nosotros. Podemos sentirnos abrumados por un accidente laboral, desastre industrial o guerra que cuesten la vida a cientos de personas en un país lejano; pero cómo esos eventos están motivados por nuestro superabundante modo de vida o por el apoyo que reciben gobernantes corruptos de nuestros propios estados es un conocimiento que se nos hurta y que solamente se plantea, en raras ocasiones, de un modo marginal. Si es cierto que “los muchos libros no dan la sabiduría” tampoco las muchas noticias nos dan una mejor comprensión de la realidad.
El paradigma cuantitativo de la información lleva aparejado una dinámica informativa peculiar. No es noticia la causa o la consecuencia de los hechos sino el hecho en sí; como lo importante no es el sentido de la información sino su cantidad aquellos acontecimientos que se produzcan reiteradamente o se prolonguen en el tiempo dejan de ser noticiables porque para los medios y el espectador condicionado por ellos información es novedad. Ya se ha señalado la ironía que supone que cuando un occidental sea secuestrado eso se convierta en noticia mientras que otro tipo de excesos sobre poblaciones no occidentales se silencie; igualmente, cuando un desastre golpea una parte del planeta miles de informadores acuden allí, pero ¿qué ocurre cuando la adversidad deja de ser noticiable? Aunque el infortunio persista o se intensifique, si se prolonga en el tiempo deja de interesar, se ha convertido en “algo normal” y no es noticia. Confundir información con novedad lleva, inevitablemente, a que la noticia se convierta en entretenimiento en vez de ser in-formación. Observamos y comprendemos, pues, que en muchas ocasiones lo único que necesita el ciudadano de las sociedades de masas para aceptar como normal cualquier ataque sobre sus derechos o los de otros es verlo un número reiterado de veces por los medios.
La normalización a través de la reiteración ha sido un mecanismo propagandístico usado con evidente éxito desde hace tiempo en los sistemas capitalistas. Fue esta reiteración de las denuncias de torturas que presos vascos y organizaciones internacionales imputaban a nuestros “agentes del orden”, la que convirtió a esta sociedad en indiferente ante el abuso de la fuerza. Pero esta indiferencia ciudadana acabó por volverse contra los mismos que la practicaban; hemos vistos a tantos antidisturbios apaleando a inocentes que a nadie escandaliza ya que nuestras fuerzas del orden desalojen a niños de sus hogares repartiendo algún que otro golpecito a esos antisistemas que defienden cosas peregrinas como el derecho a la vivienda. Del mismo modo que el “cobrador del frac” está al servicio de una empresa privada para exigir el pago de una deuda; los miembros de la UIP reclaman y ejecutan deudas al servicios de los bancos. Y como, según los medios de control, esto es “lo que pasa” en una democracia, nadie parece caer en la cuenta de lo extraño de la situación.
¿Qué podemos decir de lo normal que se ha convertido ver en la televisión o leer en la red que otro amigo o familiar de la casta ha sido indultado? Ciertamente, no tenemos razones algunas para sorprendernos de estas situaciones, cuando hemos normalizado llamar “aforamiento” a la impunidad ante la ley. Si alguien acudiese a un restaurante en donde el chef hubiese exigido estar “aforado” frente a las inspecciones sanitarias de su local ¿qué confianza nos merecería tal personaje? La obsesión de los poderosos por seguir defendiendo inimputabilidades, aforamientos o gracias discrecionales como el indulto, debería levantar alguna que otra sospecha sobre la catadura de estos tipos; pero si la señora de los informativos da estas noticias y sin solución de continuidad pasa hablar de lo bien que lo han hecho “nuestros chicos” en una determinada competición deportiva, el asunto no debe ser tan grave. Seguro que en el resto de “democracias” las cosas funcionan igual.
Normalizadamente contemplamos como el modelo o la jefatura del estado son cuestiones más allá de lo decidible. Uno habría pensado que eso de votar y deliberar eran parte fundamentales de la democracia, pero parece que estábamos equivocados y los que piden un referendum sobre esta y otras cuestiones son ninguneados. Si Franco llegó a la jefatura sin ser refrendado por el pueblo, ¿por qué lo debería ser Felipe 6 si, según las revistas del corazón, es mucho más apuesto que el dictador? Llevamos tanto tiempo sin ejercer la soberanía que plantear elegir al jefe del estado o votar sobre nuestros derechos es una idea del todo subversiva y desestabilizadora; en cualquier caso, ¿a quién importa? Los medios de propaganda normalizan estos atropellos continuos a nuestra libertad política porque los debates sobre la reforma de la constitución, la monarquía, el aborto, el rescate a la banca, etc. “ya pasaron”. Y es cierto que tales debates fueron representados en los medios y que ya hoy no son noticias; las decisiones fueron tomadas pero no conviene olvidar que las decisiones que se toman pueden ser revocadas por el poder de los soberanos y que la acumulación de atropellos no crea derecho ni implica su legitimación.
He querido analizar como la reiteración mediática del abuso acaba por normalizarlo porque lo que algunos llaman “recuperación” no deja de ser más que una aceptación de la violencia del estado y de la degradación de nuestras vidas. Las lacras que ocasionaron la actual crisis siguen vigentes e, incluso, se han fortalecido por la normalización propagandística. El ministerio de la verdad transforma el presente tergiversando el pasado, y ahora resulta que el actual gobierno es el garantiza el estado del bienestar cuando hace unos meses hubiese parecido que lo destruía. Para algo sirve, sin duda, reiterar una mentira pero no para transformarla en verdad; conocer no es, prioritariamente, estar informado sino más bien recordar.