Definición y actualidad del problema:
Más allá de sus errores o aciertos, la obra “Primer ensayo sobre la población” de Robert Malthus tiene el indudable valor de haber planteado económica y filosóficamente el problema del crecimiento demográfico. A nivel teórico Malthus pretende clarificar la manera como se ha mantenido, crecido o decrecido las diferentes poblaciones humanas, aunque algunas de estas afirmaciones teóricas de Malthus han sido fuertemente cuestionadas o contradichas por la experiencia su preocupación práctica por mantener una población numéricamente sostenible no puede ser más contemporánea. Este autor se enfrentó al hecho incontrovertible de que un entorno de recursos limitados no puede mantener una cantidad ilimitada de población. Actualmente, si al incremento de la población mundial le añadimos el sobreconsumo de material primas de ciertas sociedades la situación presenta retos muchos más graves que los analizados por el clérigo anglicano.
Contra la perfectibilidad ilimitada del hombre o sobre la necesidad del sufrimiento:
La primera versión del Ensayo sobre la población fue publicada anónimamente en 1798. El contexto ideológico de la época estaba inspirado por la Revolución Francesa y las ideas ilustradas que circulaban por Europa. Malthus pone en tela de juicio la optimista idea de que el hombre pueda ser perfeccionado indefinidamente y que es factible construir una sociedad humana ideal en donde el sufrimiento material y moral hayan sido erradicados. El filósofo inglés cita frecuentemente a Godwin y Condorcet como portavoces de tales ideas utópicas pero, realmente, ese optimismo era bastante común en la intelectualidad de la Europa continental del momento.
El principal freno para la realización del ideal utópico está, precisamente, en la presión demográfica que acarrea, indefectiblemente, sufrimiento moral (vicio) y material (pobreza) a amplias capas de la población. La pobreza es un mal necesario que permite mantener dentro de unos límites razonables la cantidad bruta de población. Si un trabajador no tuviese que mantener a sus hijos podría tener tantos como quisiera; ¿qué hace la sociedad para evitar un incremento desmedido del número de habitantes? Impide a las parejas el acceso a los recursos materiales para mantener a su progenie. Como los seres humanos no son capaces de calcular con exactitud a cuántos hijos pueden mantener y las vicisitudes futuras a las que se pueden enfrentar, en ocasiones algunos padres no pueden mantener a sus hijos o sufren estrecheces. Esta situación es la que conocemos como pobreza y si no existiera la tierra se vería poblada por una cantidad de humanos que no podría mantener. Como los recursos son limitados, según Malthus, siempre existirá pobreza material que impedirá la superpoblación.
El autor citado no plantea lo anterior como fruto de una planificación malintencionada de las capas poderosas, sino que lo analiza como un efecto natural e inevitable. Del mismo modo que una superpoblación de, por ejemplo, ratas se ve diezmada por las enfermedades, los predadores o el hambre cuando los recursos se agotan; así las poblaciones humanas se mantienen dentro de los límites de lo razonable gracias a la presión de la pobreza. La conclusión, finalmente, es que por mucho que se mejore la sociedad y el género humano nunca podremos evitar las restricciones materiales de nuestro entorno; tales restricciones inevitables son las que fomentan, precisamente, el sufrimiento en la sociedad.
Malthus acepta que la agricultura puede perfeccionarse pero su capacidad de perfeccionamiento tiene un límite físico; por tanto, el incremento de la población tiene que ser también limitado. Esta idea del filósofo inglés ha sido atacada y refutada, según algunos, por la experiencia. Se le achaca al autor que no tuvo suficiente perspectiva para imaginar el desarrollo de la agroindustria con sus fertilizantes y pesticidas químicos y el uso de maquinaria y sistemas de regadíos técnicamente perfeccionados. Ciertamente, la industria agrícola y ganadera genera más cantidad de comida de lo que Malthus en su época podría considerar factible; estas mejoras industriales han permitido un espectacular incremento de la población hasta nuestros días. No obstante, el problema demográfico se posterga pero no se soslaya con el perfeccionamiento tecnológico; muchas de las mejoras alcanzadas durante el último siglo en la producción de alimentos dependen del consumo o uso de derivados del petróleo ¿qué ocurrirá cuando el petróleo escasee y la adquisición de sus derivados sean inasumibles por cada vez más agricultores? Aunque encontrásemos el “sustituto perfecto” del petróleo, los daños ecológicos que el incremento incesante de la población ha generado en el planeta son evidentes y preocupantes; la agricultura hipertecnifica y dependiente de combustibles fósiles no evita la necesidad de frenar la expansión demográfica, lo único que hace es postergar el problema y, probablemente, agravarlo en el futuro.
El vicio tampoco puede ser erradicado completamente de la sociedad por la misma razón que la miseria material. Por vicio el clérigo británico entendía fenómenos como la prostitución, la homosexualidad y, en general, las relaciones sexuales no reproductivas; otros vicios ocasionados por la presión demográfica son los abortos o el infanticidio ya que son medidas inmorales para contener a la población. En este punto cabe distanciarse del autor ya que, aunque se acepta que la presión demográfica produce pobreza material y que tal pobreza lleve aparejada ciertos vicios o modos de sufrimiento moral; también es cierto que la moral reproductiva está condicionada por la misma demografía; por ejemplo, en sociedades hiperpobladas actuales observamos la tendencia a considerar la homosexualidad, las relaciones sexuales no reproductiva, el aborto, etc. como conductas aceptables.
Las guerras, epidemias o cualquier otro motivo que fomenten una gran mortandad no suelen ser medios efectivos para controlar a la población, ya que, una vez se ha producido la catástrofe la siguiente generación aumenta su tasa reproductiva y alcanza rápidamente la cantidad de población existente antes de la catástrofe. Esto es así porque la muerte de innumerables personas también supone la muerte de innumerables bocas que alimentar; las personas fallecidas dejan de consumir unos recursos materiales que serán liberados para que los supervivientes puedan engendrar sin tantas estrecheces.
Un hombre soltero, ejemplifica el filósofo, puede desear contraer matrimonio y crear una familia pero pensar, al mismo tiempo, que adquirir ese compromiso supone un gasto económico inasumible para él. Habitualmente ocurre que una pareja decide no tener más hijos de los que están seguros de poder mantener. Por tanto, la elección racional es una herramienta útil para la estabilidad demográfica pero ¿tal elección ocurriría sin que el peligro de la pobreza estuviera presente? Malthus duda de que así sea por lo que concluye que la pobreza, en sus diferentes formas, siempre estará presente en nuestra civilización como freno natural al incremento de la población.
En muchas sociedades del planeta se ha alcanzado estabilidad demográfica. Un elemento clave para esta estabilización es sin duda uno que Malthus no pudo prever: la incorporación de la mujer al mercado laboral. La mujer no es hoy, en muchas sociedades, una simple criadora sino que también está inserta en el sistema productivo; esta inserción impide que se dedique exclusivamente al cuidado de la progenie y hace que pase los años de mayor fertilidad formándose o trabajando. Este retraso en la edad en la que la mujer da a luz a su primer bebe tiene consecuencias evidentes sobre la tasa de natalidad. Como se dijo, los cambios que desde Malthus se han producido en la moral sexual y el perfeccionamiento de los métodos anticonceptivos también han sido factores importantes para la contención demográfica de ciertos países. No obstante, la pobreza real o la amenaza de ella sigue funcionando como freno demográfico incluso en las sociedades más ricas; el precio excesivo de la vivienda, la inseguridad laboral y los bajos emolumentos de los trabajadores hacen que, incluso en los países más desarrollados, se tomen decisiones reproductivas condicionadas por factores económicos.